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Los Millennials no son los 'cracks' de las redes: son sus padres

Enrique Dans
Profesor de Innovación en IE Business School desde el año 1990. Tras licenciarse en Ciencias Biológicas, cursó un MBA en el Instituto de Empresa, se doctoró (Ph.D.) entre 1996 y 2000 en Sistemas de Información en UCLA, y desarrolló estudios postdoctorales en Harvard Business School. En su trabajo como investigador, divulgador y asesor estudia los efectos de la innovación tecnológica sobre las personas, las empresas y la sociedad en su conjunto.

La relación entre los jóvenes y las redes sociales ha estado siempre rodeada de generalizaciones, errores de concepto y correlaciones incorrectas. Desde el inicio de la popularización de las redes sociales en internet -que la mayor parte de los expertos asocian con el lanzamiento de Friendster en los Estados Unidos en 2002 (MySpace entró en la escena en 2003; Hi5, en 2004 y Facebook, en 2005)-, pudimos ver cómo el imaginario popular asociaba su dominio con los más jóvenes; pero la realidad era que el perfil de usuario más habitual y, sobre todo, el que más parecía que había incorporado el uso de las redes a sus hábitos de vida, estaba más allá de los 30 años y en ocasiones rozando los 40.
En realidad, los mitos asociados a los llamados Millennials -la generación que alcanzó la edad adulta en los primeros años del siglo XXI- han terminado por demostrarse en su mayoría falsos. Ya en 2001, Marc Prensky estableció una supuesta diferencia entre los llamados “nativos digitales”, que habían nacido y crecido rodeados por una serie de tecnologías que supuestamente dominaban de manera natural, y los “inmigrantes digitales”, que parecían carecer de tal aptitud.
Pero la realidad plasmada en diversos estudios que reflejaban el uso de redes sociales por los jóvenes mostraba evidencias de que, en el mejor de los casos, su uso no se diferenciaba especialmente de los patrones marcados por sus mayores.

Etiquetas falsas

Etiquetar a toda una generación con una supuesta mayor habilidad para el uso de la tecnología, como si algo así pudiera derivarse de una superioridad genética obviamente inexistente, ha derivado en un problema mayor: la falta de preparación de estas generaciones por la escasez de apoyo de sus mayores.
La idea preconcebida sobre su propia ineptitud digital provocó que muchos padres y educadores se inhibieran y llevasen a cabo una auténtica dejación de responsabilidad por considerar que “no podían enseñar nada” a unos hijos o alumnos a los que creían más preparados que ellos mismos (W. Pedreira y S. Lluna, Los nativos digitales no existen Ed. Deusto).
Mi experiencia como profesor corrobora de manera clara estas apreciaciones: la mayoría de los jóvenes en la generación etiquetada como millennial parece mostrar patrones de uso de herramientas sociales enormemente limitados, básicos, simplistas y carentes de elementos de sofisticación dignos de mención.
Mientras los adultos dejábamos a esos nativos digitales hacer su vida pensando que habían nacido con una capacidad de comprensión cercana a la calificación de superdotados, esos jóvenes se desarrollaban, salvo excepciones, como auténticos huérfanos digitales o salvajes digitales, carentes de habilidades sociales adaptadas a los nuevos escenarios definidos por la tecnología.
redes sociales

Un uso simplista de las TIC

En general, los patrones de uso de redes sociales propios de las generaciones más jóvenes parecen estar marcados por una fuerte preferencia hacia las herramientas de comunicación instantánea.
La disponibilidad prácticamente ubicua de dispositivos con conexión a la Red provoca un uso simplista de sus posibilidades y herramientas, que se limita prácticamente a compartir información coyuntural en busca de una mera gratificación instantánea. Esto desencadena, por un lado, patrones que se desmarcan del uso habitual y del diseño de algunas redes sociales, como el uso de Twitter o de Facebook como meras herramientas conversacionales, o incluso el abandono o rechazo de ciertas redes en beneficio de otras más orientadas a lo efímero, como Snapchat.
La consolidación de información en una plataforma como rasgo de identidad tiende o bien a una superficialidad extrema, o bien al desprecio de unas actitudes consideradas como falsas o hipócritas, habitualmente englobadas -y ridiculizadas- bajo el término “postureo”.
En el contexto de un panorama social cada vez más sofisticado, los jóvenes parecen optar por una simplificación de sus posibilidades y un uso que podríamos calificar como de extremadamente simple. Por otro lado, la consolidación de la llamada netiqueta -las normas de urbanidad o etiqueta adoptadas por los internautas- adolece de los problemas que cabría esperar de una generación que carece de los referentes válidos que serían sus padres y educadores.
Incluso en el caso del vídeo, una herramienta que las generaciones más jóvenes parecen haber asimilado con gran facilidad, encontramos evidencias de un uso profundamente superficial y carente de toda sofisticación.
El fenómeno de los youtubers, observado de una manera pragmática, se puede resumir como una muestra de jóvenes que hablan mientras juegan a un videojuego o llevan a cabo acciones simplemente extravagantes, sin ningún elemento estilístico o cultural que pueda considerarse especialmente original o digno de mención. Los propios youtubers, de hecho, tienden a integrarse rápidamente en los géneros conocidos a partir del momento en que alcanzan un mínimo nivel de éxito, y no muestran ninguna característica diferencial con respecto a generaciones anteriores.

Jóvenes sin rasgos identitarios

Todo intento por retratar a las generaciones más jóvenes como protagonistas de algún tipo de fenómeno cultural específico o característico parece tropezar con la evidencia de que, en realidad, como generación, carecen de tales rasgos identitarios.
La idea de que los jóvenes parecían estar abandonando la red social más ubicua del momento, Facebook, en favor de otras herramientas más propias de un uso característico de su edad, choca con la realidad de unos números que demuestran que Facebook mantiene estadísticas de uso (en términos de minutos por usuario) completamente diferenciadas del resto de las redes y que los jóvenes que afirmaban huir de Facebook, en realidad, no lo estaban haciendo en modo alguno o se refugiaban en otras herramientas, como Instagram o WhatsApp, pertenecientes a la misma compañía.
En la práctica, el estudio de los hábitos de los jóvenes en las redes sociales en las primeras décadas del siglo XXI parece mostrar conclusiones muy distintas a las que se habían anticipado: se trata de una generación carente de cualquier tipo de rasgo identitario específico y centrada en una simplicidad que les lleva a tratar prácticamente cualquier herramienta como si fuese un chat, una mensajería instantánea.
El uso de herramientas sociales como parte de la identidad, como complemento a un interés o afición personal o como búsqueda de oportunidades profesionales es, en general, mucho más propio de generaciones más maduras. Sería, por tanto, más conveniente y daría lugar a conclusiones más ricas realizar estudios de tendencias en personas de 30 años o más. En realidad, las generaciones que muchos calificaban como inmigrantes digitales, aquellos que “no podían evitar hablar con acento analógico”, pueden haber terminado adoptando un uso más rico de las redes que el de sus hijos, sobrinos o primos más jóvenes.
The ConversationEn muchos sentidos, se podría sostener que los llamados Millennials han acabado siendo, desde el punto de vista de las redes sociales, una generación perdida. A efectos de diseño de producto, de estudio de tendencias o de perspectivas de futuro, ha llegado el momento de empezar a asumirlo.
vídeo móvil redes sociales

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

Imágenes cedidas: Shutterstock.com

Autores

Profesor de Innovación en IE Business School desde el año 1990. Tras licenciarse en Ciencias Biológicas, cursó un MBA en el Instituto de Empresa, se doctoró (Ph.D.) entre 1996 y 2000 en Sistemas de Información en UCLA, y desarrolló estudios postdoctorales en Harvard Business School. En su trabajo como investigador, divulgador y asesor estudia los efectos de la innovación tecnológica sobre las personas, las empresas y la sociedad en su conjunto.

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